Cuando estaba en la escuela, alrededor de los 15 años, un estudiante de intercambio africano llegó a la clase. Solía esconder cerillas en su enorme afro y las sacaba para prender fuego a las cosas cuando el profesor salía de la habitación. En ese momento, pensé que era gracioso. Pensé que era genial. Pero con la sabiduría de la edad, ahora entiendo que era un pequeño degenerado negro que debería haber sido enviado de vuelta a África.
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